El Color: Identidad en el patrimonio arquitectonico de México
Juan Antonio Falcón Vázquez
Colegio de Arquitectos de León A.C.
Para hablar del color en la arquitectura mexicana, los argumentos pueden quedarse en lo descriptivo y en lo obvio; el planteamiento de desmenuzar el concepto sin abrir los sentidos es como leer a Juan Rulfo sin sobrecogerse por la soledad del páramo. Y es que color y sentidos se funden para proveer a la arquitectura una voz que puede llegar a ser tan ensordecedoramente vibrante que grita, en efecto, colores chillantes sólo lo puede escuchar en el contexto de la arquitectura en México.
El asombro de los primeros europeos al ver la arquitectura monumental del México prehispánico con colores en azul, rojo, negro, ocre y blanco puede ser comparable con el gesto de admiración de los visitantes hacia los turquesas, amarillos, rosas y celestes de la arquitectura vernácula del Centro Histórico de Tlacotalpan.
El color es el vestido y las galas que los arquitectos recubren a la obra, es imposible no pensar que cada autor refleja su bagaje o el carácter temporal de su vida profesional a través de él, de la misma manera que sucede en la pintura, el color es sinónimo del estado de ánimo de quién lo aplica.
Para referirse al lugar que la cromática tiene en el proceso creativo del arquitecto en México se tendrá que remitir a lo cotidiano y de alguna manera a lo que la naturaleza nos muestra todos los días: frutas, comida, ropajes, tonalidades de cielo, aves… es imposible no apropiarse del color si este se encuentra a la vuelta de la esquina. La arquitectura doméstica -llamada vernácula- es una de las mejores representaciones del uso del color en la obra arquitectónica, en ella se desinhiben los prejuicios, se potencian los imaginarios, se transmiten los valores culturales y porque no, se trasgreden patrones de estilo. Al decir que se vive en la casa naranja o verde limón, a la vez traemos otra identidad colectiva de nuestro patrimonio como es la gastronomía mexicana.
Algunas cualidades funcionales del color serían como referente, vivo en la casa de las camelinas rosadas; como guía, dobla en la esquina donde está la puerta azul o como patrimonio material en el caso de la obra de Barragán, de los muralistas mexicanos e incluso en la plástica de nuestro país cuya mayor expresión se encuentra en el campus central de Ciudad Universitaria.
No menos importante es como patrimonio inmaterial al reflejar la apropiación que hacemos desde la cotidianeidad, el ocre como nuestra tierra y nuestro mestizaje; el verde de la pródiga naturaleza que nos envuelve; el amarillo, maíz y sol a la vez o el azul del cielo, el agua, el mar… el color es nuestro reflejo de la esencia vivencial mexicana, pocos en el mundo hacemos una invitación a la luz para quedarse e integrarse al patrimonio arquitectónico de México.
Porque cuando el color habla por sí solo, sin necesidad de tipografía o elementos complementarios, cuando se muestra con la intención de sorprender, de mover al observador a verle, es cuando podríamos decir que logramos el cometido de ser visible la obra arquitectónica y en eso señores y señoras, los arquitectos mexicanos nos pintamos solos.