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¿Realmente las mujeres siglo XXI son extraordinarias?

Arq. Isabel Rosas Martín del Campo



¿REALMENTE LAS MUJERES SIGLO XXI SOMOS EXTRAORDINARIAS?

"La libertad de la mujer actual no es una cuestión de 

género sino de pensamiento complejo” Isabel Rosas


“¿No existirá tal vez, junto a un deseo innato 

de libertad, un anhelo instintivo de sumisión?”

Erich Fromm


¿Realmente las mujeres siglo XXI somos extraordinarias? Para asumirnos así habría que definir qué es lo extraordinario. Y entonces quizá caería en la cuenta de que el dinamismo de la vida actual exige estar inmersas en un sistema ordinario. Mismo que paradójicamente nos mantiene en justo lo contrario al dinamismo (que acabo de suscribir dos renglones arriba), o sea, al vilo de la pasividad. Puesto que lo ordinario nos exige llevar un tipo de libertad regida por un orden que respeta normas repetitivas y obsoletas las más de las veces (mismas que no nos damos cuenta), patrones de comportamiento colectivo que se piensa como libertad individual. Por ello, sin temor a estar equivocada, creo que, de algún modo, la mujer de todas las épocas siempre ha tenido libertad, aunque ellas hayan pensado que no, quizá por miedo a romper sus propias cadenas opresoras, (las de su mente).

La libertad es una idea mental que se ha prostituido indiscriminadamente, sobre todo en la actualidad que, cada vez más exige vivir una idea de individualismo como una ansiada experiencia diaria del momento efímero. La libertad se ha ignorado puesto que ha estado allí perennemente, esperando que nos encontremos con ella. Y hemos vivido a su lado; unas veces indiferentes a su presencia, otras confundidas con su asistencia y unas más comparándola con la idea de pertenencia. Hasta que se llega al yugo voluntario de adorar a un líder cuya representación intrínseca es una libertad ajena. 

La libertad de la mujer actual no es una cuestión de género sino de pensamiento complejo. Actualmente es noticia la lucha por el derecho universal que atiende a la equidad entre los sexos. Es un tema de agenda pública. Sin embargo, mientras la ideología moderna pugne una lucha hegemónica por sexo, continuará la desigualdad, la inequidad y la controversia humana; pues, en el camino, se pierde el sentido de alteridad que en mucho resolvería esta idea suprema de que el ser humano se divide en hombres poderosos y mujeres empoderadas. En cuyo caso, transhistóricamente, se entiende que el hombre ha tenido un devenir más afortunado que el devenir de lo femenino.



El equilibrio de la vida es una balanza eterna de opuestos desde lo universal hasta lo atómico. Nada existiría si no se dividiera en dos. El éxito de la fecundación se da justo en el momento de la división celular que antes se unió. O, cómo, el éxito de la vida está dado por el día y por la noche. Es como una paradoja biológica-física constante. El hombre ha pensado mal su estrategia cuando desde que existimos sapientes ha intentado desvirtuar una ley natural que protege su propia selección natural: su otro Yo, la Mujer. No importa este fallido pensamiento, nada ha logrado que la mujer cerebralmente sea menos inteligente que su congénere. Como tampoco nada evitó (evita) que unas mujeres en esta tragedia humana hayan logrado (logran) saber encontrarse con la libertad puesta por la naturaleza a sus pies. Mientras que las demás no pudieron (pueden) hacerlo; unas impedidas físicamente y las más impedidas por su propio pensamiento normado a un sistema que había que obedecer sin cuestionarlo. 

Vivimos el siglo de las ironías donde las revoluciones científicas del siglo XX abrieron no sólo los panoramas de la existencia a una realidad que comenzó velozmente a construir conocimiento, sino que, además fue la consecuencia de que la mujer se abriera paso para demostrar que en la construcción del conocimiento científico su inferencia es innegable. Hasta apenas a finales del siglo XIX todavía la incorporación a la intelectualidad progresista en todas las áreas era casi de exclusividad masculina. Pero ¿Por qué dejamos que sucediera? Si existe una Marie Curie, una Simone de Beauvoir, una Juana de Arco, una Cleopatra, una Virginia Woolf, una Zaha Hadid, existen tantas mujeres todas en una.

Apenas en el siglo anterior todavía subsistía (subsiste) la obscena creencia de que la mujer carecía de pensamiento abstracto y de que su pensamiento únicamente estaba ligado a la corporeidad experiencial. Nada más alejado de esta comodina idea. Ya en el campo de las ciencias sociales y las biológicas la mujer había mostrado su inusitada experiencia para interesantes e importantes proposiciones teóricas y conceptuales, categorialmente analíticas para el atinado abordaje de los complejos objetos de estudio. De esta suerte es que la comunidad científica por primera vez tuvo que aceptar la inclusión de la mujer en las ciencias formales; la física, las ingenierías, la arquitectura. Este avance en la escala de valores humanos concibe un tipo de recurso metodológico que se denomina hasta ahora “perspectiva de género”, mismo que pone sobre la mesa adustas variables para la formulación de problemáticas y de nuevas soluciones que enfatizan y o afirman que entre mujeres y hombres hay profundas diferencias antroposociales. 

Empero, este enfoque puede ser una trampa. Una, hilada por la misma mujer con ansias de contraer un tipo de poder ansiado en vez de un tipo de fortalecimiento humano que podría transformar este dilema de géneros distintos en una coyuntura de seres humanos en donde los sexos pasarían a segundo plano dejando al frente solo su naturaleza humanamente inteligente cuyo sistema psicomotor es adaptable a cualquier circunstancia y su gnosis tiene una capacidad de respuesta sorprendente para resolver todo aquello que le apremia a la humanidad entera, indistintamente del género. Así, tenemos ya mujeres astronautas, arquitectas, mineras, albañiles, constructoras, futbolistas, etcéteras. 

Lo anterior me obliga a regresar a mi reflexión inicial ¿Realmente las mujeres siglo XXI somos extraordinarias?, pienso que no. Las mujeres no debemos tener un siglo que nos defina como extra-ordinarias. Eso sería asumir que somos un apéndice sobre el hilo de la historia. Un “extra”, como si nuestra condición fuera una parte no esencial. La mujer es un ser humano que se integra para dar completitud a la humanidad desde que existe el hombre, mismo que a la vez se integra también a esta completitud exactamente igual. No obstante, creo que de continuar formulando la premura que hoy nos ocupa, como una interminable lucha de géneros para ganar la idea de la inclusión que nos fue ¿arrebatada? continuaremos luchando batallas perpetuas y guerras sin final. 

Me atrevería (sin ánimo de generar escozor) a reiterar en que la alteridad, una de las conductas más significativas de la mente humana, tal vez por ello sea el mecanismo que podría ayudarnos a comprender en que, es el equilibrio natural lo que necesitamos recuperar y que hoy se encuentra oculto bajo el yugo de lo artificial y de lo virtual amparado por la avidez de poseer “Poder”. Tal cual refiere Edward Bono en su libro “Yo estoy bien tú estás mal”:  evolucionar es algo fuera de nuestro control, lo es también involucionar y… ¿qué hacemos? Desatamos “re-voluciones” (vamos más allá de lo natural y en retroceso). En este sentido, como sugiere Bono —en lo que estoy de acuerdo, luego de analizar su tesis—, no necesitamos más revoluciones puesto que son radicales, peligrosas, antieconómicas y en extremo destructoras. Quizá hoy necesitamos una “pro-volución” o sea, un movimiento a favor de algo para implicar un cambio radical sí, pero gradual. “Pasos pequeños pero acumulativos”. En resumen, un hecho que se trans-forme (nuevas formas a través de todos) en algo mejor, en vez de pugnar por derrotar a un “enemigo” que es como ineluctablemente se ve al hombre frente a la mujer: el ser humano del otro lado de la moneda de la vida.

Finalmente, deseo cerrar estas ideas haciendo énfasis en mi comentario (del tercer párrafo): “La libertad de la mujer actual no es una cuestión de género sino de pensamiento complejo”. Uno que se puso en evidencia precisamente a consecuencia de las revoluciones científicas del siglo XX para mostrarnos que cualquier hecho de la realidad humana pertenece a un todo indisociable, que nos permite ascender de lo abstracto del pensamiento a lo concreto de la realidad y donde todo lo que le ocurre al ser humano en su existencia es el resultado de las acciones conjuntas de sus dos seres biológicos cognoscentes: Hombre y Mujer. 

En consecuencia, la mujer y el hombre que caminan por senderos en disyunción nunca se encontrarán nuevamente. Así reafirmo que la mujer no es extra-ordinaria; la mujer es única como, en tanto el hombre lo es también. Porque la unicidad es inherente al ser humano. A la condición humana le pertenece un principio hologramático y dialógico, de este modo, pugnar por nuestros ideales partiendo no de la democracia sino desde la autocracia. Cada cambio humano es dueño de su propia energía en individual, pero, la podemos controlar por el medio de nuestras facultades autocríticas. Con esto, amplío mi idea, diciendo que el individualismo revolucionario que hoy impera quizá debiera sumergirse a lo más profundo de nuestra conciencia.


Derechos reservados de autor a:

Arq. Isabel Rosas Martín del Campo

Doctorante en pensamiento Complejo

Máster en Escritura Creativa.


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